viernes, 11 de septiembre de 2009
Sociedad chilena
Somos hijos de la dictadura. Si bien es cierto que el momento histórico en que nacimos no es suficiente para tildarnos de tal o cuál época, no podemos desconocer que los actos cometidos marcarán la visión del mundo que tengan las futuras generaciones. El significado de la oración con la que comienza este ensayo es mucho más amplio y trascendental del que muchos creen.
La síntesis del caos que sucumbió a Chile ocurre desde finales de los ochenta y principios de los noventa. Sus descendientes somos los llamados a vivir bajo la densa y fuerte sombra de la violencia política. Desconocer los hechos ocurridos sería tapar el Sol de la verdad con un dedo. Chilenos matando a chilenos, la viva memoria del palacio incendiado y destruido por los mismos que juraron fidelidad y protección a la República y el terrorismo de Estado implantado por la Junta de Gobierno no son más que la expresión del absurdo y la irracionalidad vivida en el siglo XX; una antología al baño de sangre desmedido de cuan líder político propugnaba la revolución, protección o resguardo social. Entonces cabe preguntarnos ¿Qué hemos hecho al respecto?
Una primera aproximación sería ver qué han hecho el día de hoy quienes fueron protagonistas de dicha época. El Ejercito, con sus generales retirados y activo, más algunos personajes de la esfera política, organizó una misa privada y reservada al interior de la Escuela Militar. Por otro lado, los partidarios del gobierno conmemoraban el quiebre democrático en una ceremonia al interior del Palacio de La Moneda. En calle Morande con Moneda agrupaciones de izquierda y de Derechos Humanos marcharon, mientras gritaban consignas y entregaban ofrendas florales a los pies de la estatua del presidente derrocado. El 11 de septiembre sigue presente entre nosotros. Y si es tan sensible entre nosotros ¿Cómo es posible que después 36 años de la infamia sigamos sucumbidos en la división?
Una respuesta institucional sistémica nos diría que tiene una directa relación con la baja participación política de los jóvenes en los procesos eleccionarios. Claro, los pronósticos para las elecciones presidenciables son preocupantes. El próximo presidente de Chile será elegido por menos de un tercio de la población mayor de 18 años (si es que mantenemos el universo electoral de 7 millones de inscritos). Sin embargo, y si bien es cierto que estas cifras son alarmantes, en consideración de la legitimidad de nuestro próximo soberano, no son más que accidentales. Obedecen a un determinado período determinado y en ningún caso podrían marcar tendencia hacia el futuro.
Otro enfoque sería abordarlo desde la crisis educacional. No hay doctrina política que no resalte la importancia de la educación como proceso de formación de ciudadanos críticos y comprometidos con el destino del país, la Nación, la Revolución o cualquier otro fin al cuál puede ir dirigida. Y este enfoque no resulta ser menor, ya que el año 2001 el ramo de Educación Cívica fue suprimido del contenido mínimo obligatorio de Enseñanza Media. Ahora solo es abordado como una unidad en III Medio. De hecho, fui la última generación en disfrutar de tal asignatura.
Por desgracia nuestra reflexión, hacia la pregunta formulada en un comienzo no es positiva. Seguimos bajo la división, el desinterés por lo público se ha agudizado, y no tan solo como consecuencia del sistema económico que nos ha transformado en ovejas que trabajan en el famoso horario de oficina de 8 a 6, sino también que el Gobierno se ha encargado de formar una masa popular (que bajo ningún punto de vista es ciudadana) preocupada por alcanzar el final de mes.
De sujetos activos hemos pasado a ser sujetos permeables e influenciados por las órdenes. La masa crítica ha desaparecido y el letargo por aprender, trabajar y sobrevivir se ha impuesto como el dogma contemporáneo. El carácter universal de las palabras de Hegel nuevamente retumban en desde la trascendencia. La Historia es una dialéctica de auto-conciencias. Por desgracia, hoy en día solo hay una que se impone sobre la otra.